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Trump, un caso para el siquiatra

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Manuel Ajenjo


Es un hecho: el Demonio Anaranjado, alias Donald Trump, padece el síndrome de Gabino Barrera: no entiende razones. Con una diferencia, el zapatista del corrido no entendía razones cuando andaba en la borrachera, en cambio el magnate neoyorkino, que se sepa no es aficionado a honrar a Baco –tal vez si lo fuera sería más alivianado—; no entiende razones aunque sólo tome Coca Cola. No se embriaga y sin embargo no está en su juicio: el que se merece por los 34 delitos de los que fue declarado culpable.  


En otro sentido tampoco está en su juicio, es decir no hay claridad en su mente, como lo delata su manera de actuar. Lo han expresado analistas sicológicos relevantes que el tóxico inquilino de la Casa Blanca es una contradicción andante. O como se dice coloquialmente se le cruzan los cables.


A la luz del psicoanálisis freudiano, tiene el ello, el superyó y el yo averiados; sus pulsiones y deseos tienen como fin la codicia y el poder. El superyó deteriorado lo hace pensar que el Universo gira alrededor de él. Es un narcisista sin autocrítica, incapaz de experimentar empatía. En cuanto al yo, tiene el ego más alto que el Monte Everest, por eso es autoritario, cree que todo lo hace bien, que siempre tiene la razón. Motivos por los cuales ha desarrollado una megalomanía más grande que la sed de un migrante después de atravesar el desierto de Maricopa, Arizona.


Afortunadamente para nuestro país y su gobierno, al frente de la secretaria de Relaciones Exteriores está el doctor Juan Ramón de la Fuente, destacado siquiatra quien, debido a su profesión, es el indicado para tratar al magnate que en menos de 20 días en la presidencia de su país, aflige y preocupa al mundo con sus incongruencias y delirios.


Desde que estaba en campaña el fascista republicano amenazó con su palabra favorita: aranceles. Quiso intimidar a China con el amago del 60% de aranceles; y a México y Canadá con el 25. Posteriormente a los chinos, que no son mancos, les bajó la tarifa al 10 por ciento y a sus vecinos del norte y del sur, violando un tratado, de manera unilateral, les impuso el 25 por ciento prometido. Días después se abrió –como dicen en Sinaloa— y, “generosamente”, les concedió un mes de gracia para aplicarles el tributo.


Nadie sabe de dónde le brotó el deseo de querer comprarle Groenlandia a Dinamarca. Al parecer quiere vender en EU cubitos de hielo marca Trump. Aunque corre el riesgo de que la isla se le descongele por el cambio climático que, según él, no existe.


Pero además de un alto grado de demencia, se necesita tener desvergüenza y cara dura para decir: “vamos a recuperar el canal de Panamá o va a pasar algo muy poderoso”. Afirmó que dicha vía pluvial le fue entregada (¿?) a Panamá tontamente, lo que ha causado la indignación del mundo civilizado.


En otro orden de locura debemos de anotar la inhumana idea de mandar migrantes a la prisión militar que EU tiene en la Bahía de Guantánamo, Cuba desde 1903 y mantiene a pesar del bloqueo y de la Revolución cubana.


Pero la más reciente de sus locuras merece una camisa de fuerza: en conferencia de prensa con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, amenazó con desterrar a 1.8 millones de palestinos de la franja de Gaza, para adueñarse del territorio costero para, según su desatada esquizofrenia, convertirlo en la Costa Azul de Medio Oriente.

Pobre Estados Unidos, tan lejos de Dios y tan cerca del orate color naranja.


Punto final

Trump propone a su equipo: Vamos a llegar a Marte y construiremos un muro para que nadie entre sin pagar.

Eso es muy costoso señor, ¿cómo piensa pagar el muro?

No se preocupen –contesta Donald— lo van a pagar los marcianos.

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