Es más fácil engañar a alguien, que convencerle de que ha sido engañado. Mark Twain
Las personas tendemos a ignorar la evidencia que se contradice con aquello en que creemos. Pero, ¿por qué es que a veces razonamos y dialogamos con la mente abierta, y otras veces nos encaprichamos solo con nuestra manera de entender al mundo? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando nuestras creencias son desafiadas? Si alguna vez sentiste cómo se te aceleraba el corazón al debatir con alguien, esta nota es para tí.
¿Por qué cuesta tanto cambiar de opinión? desde hace décadas se han llevado a cabo varios experimentos para tratar de entender este fenómeno. Todo parece indicar que las personas se aferran a las evidencias iniciales. Estas les proporcionan una información que les permite elaborar una especie de programación, o de guión mental, y después se hace casi imposible modificar esa percepción del comienzo.
En 2017, se realizó una prueba muy sencilla. ¿En cuál de estas fotos ve usted a más gente? En la foto A de la toma de posesión de Donald Trump se veía a mucha menos gente que en la foto B, que era de la inaguración de Barack Obama, llena hasta la bandera (cabe mencionar que Trump en su momento presumió que fue más gente a su inauguración que a la de Obama).
El 15% de los votantes de Trump dijo que había más gente en la foto A, a pesar de que claramente no era el caso. ¿Por qué? Porque a veces, cuando discutimos sobre hechos, en realidad no estamos discutiendo sobre hechos. Ese 15% sabe que dar la respuesta B es reconocer que Trump es un mentiroso; y por tanto, reconocer que ha votado por un mentiroso.
“Lo más probable es que las personas lleguen a las conclusiones a las que quieren llegar”, dejó escrito la psicóloga social Ziva Kunda al desarrollar la teoría del pensamiento motivado. La idea es sencilla: para defender nuestra visión del mundo, nuestro relato, vamos razonando inconscientemente, descartando unos datos, recogiendo otros, en la dirección que nos conviene, hasta llegar a la conclusión que nos interesaba inicialmente.
Carl Sagan, conocido por la serie “Cosmos”, relató en “El mundo y sus demonios” una anécdota reveladora. Cuenta que una vez en Nueva York tomó un taxi y el conductor lo reconoció emocionado. Su primera pregunta fue si creía en los OVNIS, a lo que Sagan respondió que no. El taxista se ofuscó y terminó cortando la conversación abruptamente. Con su actitud, básicamente demostraba que le daba mayor crédito a lo que había leído o escuchado sobre los extraterrestres, que a lo que pudiera afirmar uno de los astrofísicos más importantes del mundo.
Al discutir, a veces nos suben las palpitaciones, entramos en calor, y estamos seguros de que tenemos la razón. Esto se debe a un fenómeno psicológico del comportamiento humano llamado el “backfire effect”. El nombre hace alusión a un “tiro por la culata”: cuando intentamos persuadir a alguien que piensa distinto con evidencia, esa persona termina reafirmando aún más sus creencias. Los argumentos que creíamos que podrían persuadir al otro, terminan por lograr el efecto contrario.
Científicos del "Brain and Creativity Insitute" se propusieron estudiar qué ocurre en nuestro cerebro cuando cambiamos de opinión. Para el experimento, juntaron individuos con convicciones políticas fuertes. Antes de comenzar el estudio, se les preguntó qué tan de acuerdo estaban con ciertas temáticas, políticas o no: opiniones sobre decisiones y legislaciones políticas y sobre otras cuestiones más anecdóticas.
En los casos en los que los sujetos no cambiaron su opinión, las tomografías mostraron actividad cerebral en la amígdala, un área del cerebro que responde a las amenazas. También se activa la corteza insular, acelerando las palpitaciones. Esto indicaría que el cerebro percibe una amenaza física, una amenaza al cuerpo, de igual modo que una “amenaza intelectual”. Al escuchar evidencia que nos contradice, tendemos a sentir que nos atacan.
“La respuesta que aparece en tu cerebro es similar a lo que ocurriría si estuvieses caminando por un bosque y se te acerca un oso. La adrenalina aumenta, quieres correr o pelear y tu cuerpo se prepara para defenderse” explica Sarah Gimbel, una científica a cargo de la investigación. Nuestro cerebro no sabe distinguir entre un daño físico y uno mental y reacciona de igual modo. Mientras esto ocurre en nuestra mente, estamos menos predispuestos a cambiar de opinión, no importa qué argumento se nos presente.
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