«Si uno puede realmente penetrar en la vida de la poca, está penetrando en la propia vida» TS Eliot
En la historia reciente, pocos episodios resultan tan reveladores del complejo juego de poder y conveniencia como la relación de ciertos oligarcas con Adolf Hitler durante el ascenso del nazismo. Muchos de ellos, hombres poderosos del mundo empresarial y financiero, inicialmente vieron en el Tercer Reich una oportunidad para expandir su influencia, proteger sus intereses y, en algunos casos, simplemente alinearse con el nuevo orden por pragmatismo. Sin embargo, con el paso del tiempo, varios de estos oligarcas no solo se distanciaron de Hitler, sino que también expresaron arrepentimiento por haberle apoyado en sus primeros años de poder.
La relación entre el régimen nazi y los oligarcas alemanes fue, en muchos casos, de conveniencia mutua. Hitler y sus aliados entendieron que para consolidar su poder, necesitaban el apoyo de las grandes fortunas del país. Las empresas que operaban bajo el régimen de la República de Weimar se vieron atraídas por la promesa de un nuevo orden económico, que les permitiera consolidarse y prosperar. Algunas de estas grandes empresas, como IG Farben, Siemens o Krupp, se alinearon con el régimen de forma tácita o activa, invirtiendo en proyectos de armamento y producción, lo que las convirtió en aliados clave del régimen nazi.
En el sector automotriz, uno de los empresarios más representativos fue Ferdinand Porsche. Además de fabricar en masa un vehículo asequible como el Volkswagen, durante la guerra diseñó el Kubelwagen y una versión anfibia conocida como el Schwimmwagen. Al finalizar el conflicto, Porsche fue encarcelado en Francia, acusado de utilizar mano de obra esclava en sus fábricas, aunque fue liberado dos años después.
Otra firma que respaldó a Hitler fue Bayerische Motoren-Werke (BMW), que ya estaba vinculada al régimen nazi antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Su contribución incluyó la fabricación de componentes para armamento, sistemas eléctricos para submarinos y motores de avión.
Desde finales de 1933, la persecución de los judíos era una realidad en toda Alemania. En este contexto, Hugo Boss, un influyente empresario textil, diseñó los uniformes de diversas organizaciones del régimen. Como miembro del partido nazi, fue responsable de la creación de las camisas pardas de las Hitlerjugend y los temibles uniformes negros de las SS. Los colores, lejos de ser una elección casual, estaban cargados de simbolismo, según la idea de Boss de que "así como los animales usan colores para advertir su peligrosidad, los nazis también lo hacían".
Hasta Coca Cola estaban en ambos lados de mostrador. La afamada compañía de bebidas no pudo comercializar su producto en ese país, por lo que creó la marca Fanta, vendida en ese momento únicamente en Alemania. Se calcula que sólo en 1943 vendieron allí alrededor de tres millones de cajas.
Sin embargo, el desencanto no tardó en aparecer. La violencia sistemática, la persecución de los judíos, las políticas de expansión territorial agresiva y, sobre todo, la irracionalidad de las decisiones de Hitler, empezaron a generar un creciente malestar entre los sectores más pragmáticos del empresariado alemán. Muchos oligarcas, que inicialmente habían creído que podrían controlar o al menos influir sobre el régimen, se dieron cuenta de que Hitler no tenía intención de someterse a las reglas del mercado ni a las leyes de la razón económica.
La invasión de Polonia, las atrocidades cometidas en los territorios ocupados, el desmesurado gasto militar, y la eventual derrota en la guerra, fueron factores que mostraron a estos poderosos hombres que el nazismo no solo era destructivo para Alemania, sino también para sus intereses personales.
Algunos de estos oligarcas, al percatarse del caos que el régimen nazi estaba creando, comenzaron a arrepentirse de haberle dado su apoyo inicial. En privado, y en ocasiones incluso de manera pública, muchos empezaron a distanciarse de Hitler.
A medida que el fin de la guerra se acercaba, muchos de estos oligarcas intentaron distanciarse del régimen, buscando salvar sus fortunas y reputaciones. Algunos incluso colaboraron con los Aliados en un intento por evitar ser procesados por sus vínculos con el nazismo. Estos intentos de desvinculación, sin embargo, fueron, en muchos casos, percibidos como oportunismo, ya que no se puede ignorar que muchos de ellos se beneficiaron enormemente del régimen hasta el último momento.
Es interesante observar que este arrepentimiento no fue universal. Hubo quienes, incluso después del colapso del Tercer Reich, continuaron defendiendo la ideología nazi o minimizando sus crímenes. Sin embargo, el arrepentimiento de algunos de los oligarcas más prominentes refleja el conflicto interno que vivieron al darse cuenta de que el precio de sus alianzas con el poder nazi era mucho mayor de lo que habían anticipado.
Los oligarcas que se arrepintieron de apoyar a Hitler no solo lo hicieron por una cuestión moral, sino también porque, a medida que la guerra avanzaba, el costo de esa alianza se hizo insostenible. El arrepentimiento, en muchos casos, estuvo motivado por la supervivencia personal, pero también refleja el fracaso de la ideología nazi como un proyecto viable. Al final, quienes habían sido parte del engranaje económico del Tercer Reich tuvieron que enfrentar las consecuencias de sus decisiones, tanto desde un punto de vista ético como político.
Anitzel Díaz
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