Manuel Ajenjo
El último en hacerlo fue Ronald Reagan en 1985. Ahora fue Donald Trump el que celebró la ceremonia de su investidura presidencial dentro del Capitolio y no en la escalinata del mismo, como ha sido tradicional en Washington con las dos excepciones señaladas. El motivo del juramento en espacio cerrado fue el de la baja temperatura, cosa que le cayó al Demonio Anaranjado como una tarjeta de residencia permanente a un migrante; principalmente por dos razones —dejo a juicio de la lectora o del lector el orden nominal—: porque el magnate de la cabellera modelo “quesillo de Oaxaca” ya tiene 78 años y su antecesor 82, uno y otro no están como para estar expuestos al frío más de dos minutos, y porque en un recinto cerrado las posibilidades de un atentado como el del 13 de julio del año pasado contra Trump, son, prácticamente, nulas.
El primer presidente en la historia de EU que asume el cargo con una serie de delitos en su contra, juró sobre la tradicional Biblia en la que juró Abraham Lincoln y también sobre otra que le regaló su madre. (Contra lo que los maldicientes dicen alguna vez tuvo. ¿Biblia o madre?)
Asistieron a la “Inauguration Day” los expresidentes Obama, Bush y Clinton, con sus respectivas cónyuges, con la excepción de Michelle Obama que ha de haber tenido cosas mejores que hacer. También estuvieron presentes, por supuesto que por su puesto, los elegidos para formar parte del gabinete del cuadragésimo séptimo presidente de EU.
Entre los amiguitos de Donald, no podían haber faltado la trinca infernal de los negocios tecnológicos, los multimillonarios: Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Elon Musk —mencionados en orden ascendente de sus inmensas fortunas. Musk formará parte del gobierno del Golfo de América, alias Donald Trump, será el director del Departamento de Eficiencia Gubernamental —whatever that means—.
Otras finísimas personas invitadas a la sexagésima toma de posesión de un presidente estadounidense, fueron las que ejercen liderazgos en concordancia con la política trumpiana, es decir, la derecha más siniestra. A esta especie pertenece el argentino Javier Milei, quien asistió sin su sierra eléctrica; Daniel Noboa, el estadounidense presidente de Ecuador; Nayib Bukele, mesiánico presidente que se cree el salvador de El Salvador; esto por lo que respecta a Latinoamérica. A Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, quien ha expresado su apoyo a Trump no le dieron permiso de salir de su país por tener cuentas pendientes con la justicia.
De Europa vinieron, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán cuyas políticas nacionalistas y antimigración son una copia al carbón de las de Trump o al revés. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, populista y conservadora. El inglés Nigel Farage, aliado de Trump, uno de sus principales partidarios internacionales. Eric Zemmour, líder derechista francés, antimigrante; también Santiago Abascal, de la ultraderecha española, dirigente de Vox. Otro invitado fue el líder chino Xi Jinping, pero no asistió manifestando“” que en nuestro idioma significa: “yo no hago rondanas con hojalateros”.
En su discurso inaugural expresó: “La era dorada de Estados Unidos empieza en este instante. A partir de hoy, nuestro país florecerá y volverá a ser respetado ante todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones y no permitiremos que nadie se aproveche de nosotros”. Despotricó contra Panamá, de cuyo canal quiere apoderarse con el pretexto que tratan mal a los barcos estadounidenses —les dan de nalgadas en la popa—. Insistió en cambiarle de nombre al Golfo de México. Y, lo que nos temíamos: “Primero declararé una emergencia nacional en nuestra frontera sur, todo ingreso ilegal será detenido de inmediato (…) restauraremos mi política ‘Quédate en México’ para rechazar la desastrosa invasión de nuestro país, conforme a las órdenes que también se designarán los carteles como organizaciones terroristas”.
A cuánto estará el dólar hoy 21 de enero del 2025.
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