Cada año, en torno al 27 de enero, la UNESCO rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos.
Mientras Elon Musk, conocido por sus polémicas acciones y declaraciones, aparece en un acto del partido de extrema derecha AfD haciendo gestos que evocan saludos nazis y defendiendo ideales reaccionarios, Berlín le envía un mensaje claro: el fascismo no tiene cabida aquí. Este fin de semana, más de 100,000 personas se congregaron frente a la icónica Puerta de Brandeburgo, gritando con fuerza y determinación: "¡No pasarán!"
Organizaciones como @fridaysforfuture, @campact.de y otros colectivos unieron fuerzas para demostrar que la resistencia frente al odio sigue viva y no guarda silencio. Mientras Musk puede intentar blanquear el fascismo, la sociedad civil reafirma su compromiso con la libertad, la justicia y los derechos humanos. La verdadera libertad no tiene lugar para el odio ni la opresión.
El peligro del regreso del fascismo en el mundo
En los últimos años, el mundo ha sido testigo de un inquietante resurgimiento de tendencias políticas que muchos habrían considerado relegadas a los libros de historia. El retorno del fascismo, o al menos de ideologías que lo evocan, no es un fenómeno aislado ni exclusivo de un país o región. Desde Europa hasta América Latina, pasando por Asia y Norteamérica, los ecos de un pasado oscuro resuenan con una fuerza que desafía nuestras nociones de progreso democrático.
La promesa de estabilidad y orden, tan asociada al discurso fascista, encuentra terreno fértil en momentos de incertidumbre y crisis. El miedo a lo desconocido, combinado con la frustración frente a sistemas democráticos percibidos como ineficaces o corruptos, abre las puertas a líderes y movimientos que promueven soluciones simplistas y autoritarias. Estos actores no suelen identificarse abiertamente como fascistas; al contrario, disfrazan su retórica bajo un manto de populismo, nacionalismo exacerbado y promesas de renovación.
Uno de los pilares del fascismo histórico fue su capacidad para construir enemigos comunes, sean étnicos, religiosos o ideológicos. Esta dinámica se replica en la actualidad.
La inmigración, por ejemplo, se ha convertido en un blanco recurrente. Movimientos de ultraderecha en Europa han culpado a los migrantes de la supuesta pérdida de identidad nacional, del desempleo y del colapso de los servicios públicos. En Estados Unidos, discursos xenófobos han alimentado una polarización social sin precedentes en décadas recientes. Estas narrativas encuentran amplificación en las redes sociales, donde los algoritmos favorecen el contenido emocional y divisivo, creando cámaras de eco que fortalecen las creencias extremistas.
En Europa, el avance de gobiernos de ultraderecha ha sido particularmente notable en países como Hungría, donde el gobierno de Viktor Orbán ha implementado medidas que restringen la independencia judicial y la libertad de prensa, y Polonia, donde reformas controvertidas han debilitado los derechos de las minorías y la autonomía de las instituciones democráticas. También se observa un fortalecimiento de partidos de ultraderecha en Italia, Francia y Suecia, donde el discurso contra la inmigración y el euroescepticismo ganan cada vez más adeptos.
En Estados Unidos, el mandato de Donald Trump marcó un giro hacia el nacionalismo extremo y el debilitamiento de normas democráticas, cuyas repercusiones siguen presentes en el escenario político actual. Su retorno a la Casa Blanca representa una amenaza significativa, ya que podría consolidar prácticas autoritarias y un discurso de ultraderecha que exacerba la división social y la desconfianza en las instituciones.
Además, el rechazo al pluralismo es otro síntoma alarmante de este resurgimiento. En países como Hungría y Polonia, se han implementado reformas que socavan la independencia judicial, la libertad de prensa y los derechos de las minorías. Aunque estas medidas se justifican bajo la bandera de proteger la soberanía y la tradición, el resultado es una erosión de los valores democráticos fundamentales. Más allá de Europa, también se observan movimientos similares en Brasil, India y Filipinas, donde líderes autoritarios han consolidado su poder apelando al resentimiento popular y al desencanto con las élites.
En Eslovaquia, las recientes manifestaciones masivas contra el gobierno reflejan una creciente resistencia de la sociedad civil frente a políticas que amenazan los derechos democráticos y fomentan la exclusión social. Miles de ciudadanos han salido a las calles exigiendo un cambio hacia un modelo más inclusivo y respetuoso de los derechos fundamentales.
El papel de la memoria histórica en este contexto es crucial. A medida que las generaciones que vivieron los horrores del fascismo original desaparecen, el peligro de romantizar o minimizar sus consecuencias aumenta. Películas, series y discursos políticos trivializan o descontextualizan los símbolos y las ideas asociadas con regímenes totalitarios, facilitando su normalización. Esta banalización es especialmente preocupante entre los jóvenes, muchos de los cuales desconocen las lecciones más dolorosas del siglo XX.
Combatir este retorno exige una respuesta colectiva y consciente. Es necesario fortalecer la educación en valores democráticos y derechos humanos, fomentar el pensamiento crítico y garantizar que las instituciones democráticas se mantengan resilientes frente a los intentos de cooptación. La responsabilidad también recae en los medios de comunicación, que deben rechazar la tentación del sensacionalismo y promover un debate informado.
El retorno del fascismo no es un hecho consumado, pero su sombra es innegable.
Reconocer los signos de advertencia y actuar con determinación es un imperativo para quienes creen en una sociedad libre, justa e inclusiva. La historia nos enseña que el costo de la indiferencia puede ser devastador, y el mundo de hoy no está exento de esa lección.
Las redes sociales y el fascismo
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"Leer el muro de Facebook no permite conocer la actualidad mundial. Ni mucho menos. Simplemente porque responde a estrategias de marketing, también político, para explotar las emociones con el único objetivo de aumentar el flujo de interacción y, con ello, los beneficios de las empresas tecnológicas. Las redes sociales son hoy uno de los instrumentos de radicalización más potentes. En el lodazal de la polarización, el mensaje de odio del fascismo mainstream chapotea feliz. Con sus cuentas falsas, sus conspiraciones, sus fake news y su desinformación. El mundo digital le ha ofrecido una legitimidad artificial".
En el libro Fascismo mainstream de Carles Xavier el texto analiza cómo las redes sociales se han convertido en herramientas de radicalización y polarización, favoreciendo el auge del fascismo mainstream mediante estrategias de marketing emocional. Plataformas como Facebook e Instagram, diseñadas para maximizar la interacción, no solo amplifican mensajes de odio, conspiraciones y desinformación, sino que también construyen entornos herméticos que refuerzan las creencias extremas.
El autor destaca cómo la recopilación y venta de datos personales permiten segmentar audiencias para explotar sus miedos y emociones, creando ecosistemas digitales que legitiman artificialmente ideologías extremas. Esta legitimidad se ve reforzada por los medios de comunicación tradicionales, que amplifican la influencia de líderes de extrema derecha con millones de seguidores en redes sociales.
Además, el texto reflexiona sobre la crisis del periodismo, la importancia de la educación histórica para fomentar el pensamiento crítico, y cómo factores como el desarraigo social, la avaricia capitalista y la falta de empatía han contribuido al éxito de la extrema derecha, poniendo en riesgo la democracia. A través de un análisis interdisciplinario que combina pasado, presente y futuro, se exploran los desafíos actuales frente a la desinformación y la pérdida de valores democráticos.
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