51 años vamos contando y mientras reflexiono sobre lo que ha cambiado desde que nací, me doy cuenta de que el mundo que conocí en 1974 y el de hoy son casi irreconocibles. No es solo la tecnología lo que ha transformado nuestras vidas, sino también la forma en que interactuamos con el medio ambiente. La historia del plástico, del cambio climático y la tecnología está profundamente entrelazada, y esas transformaciones han marcado no solo mi vida, sino también el futuro de las generaciones venideras.

Cuando nací, el plástico era una novedad que prometía un futuro más limpio y eficiente. En casa, las botellas, bolsas y envoltorios de plástico comenzaron a reemplazar al vidrio, al metal, y a otros materiales tradicionales. El plástico era ligero, económico y, al principio, parecía una bendición. Nadie imaginaba las repercusiones que tendría sobre el planeta. Los productos plásticos invadieron cada rincón de nuestras vidas, y su uso se multiplicó sin control. Durante mis primeros años, no pensábamos en las consecuencias ambientales. Era un material tan conveniente que no nos deteníamos a pensar que su durabilidad, la cual parecía positiva, en realidad lo convertía en un enemigo invisible. Fue solo con el paso de los años que empezamos a ver los plásticos apilados en vertederos, flotando en los océanos y afectando a la fauna.
Mientras todo esto sucedía, la tecnología comenzó a tomar un papel protagónico en nuestras vidas. Los años 80 trajeron consigo los primeros avances tecnológicos que, aunque impactantes, aún no habían transformado por completo nuestra cotidianidad. Recuerdo los primeros teléfonos celulares, que en realidad eran enormes y solo servían para hablar, no para hacer la vida más conectada. Y pensar en tener una computadora en casa era algo futurista. Sin embargo, de manera casi imperceptible, la tecnología comenzó a infiltrarse en todo lo que hacíamos. Para finales de los 90, el internet, los teléfonos móviles más pequeños, las redes sociales y la tecnología en general empezaron a conectar al mundo de una manera que nunca imaginamos. Hoy, con solo un clic, accedemos a información, nos comunicamos instantáneamente con personas en cualquier rincón del planeta y almacenamos nuestras vidas en la nube. Las redes sociales nos dan una imagen global, pero también nos distancian de la interacción cara a cara.
Pero no fue solo la tecnología lo que cambió el rumbo de nuestras vidas. En estos 51 años, el cambio climático pasó de ser una idea abstracta a una crisis urgente. En 1974, el concepto de "calentamiento global" era prácticamente desconocido para el público general. No se hablaba de la huella de carbono ni de los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Los científicos ya comenzaban a alertar sobre los riesgos, pero la conciencia colectiva aún estaba muy por detrás del problema real. Con el paso de las décadas, la industrialización masiva y el uso intensivo de combustibles fósiles comenzaron a manifestarse en fenómenos climáticos cada vez más extremos. El aumento de las temperaturas, el deshielo de los glaciares, los huracanes más destructivos y las olas de calor intensas nos fueron mostrando la gravedad de la situación.
Y, mientras tanto, la tecnología siguió avanzando. Nos ofreció soluciones, como las energías renovables, que hoy se presentan como una salida a la crisis, pero también nos mostró lo difícil que es cambiar el rumbo cuando el modelo de vida global está tan profundamente arraigado en la explotación de los recursos naturales. Los plásticos, que fueron un símbolo de progreso, hoy se convierten en un recordatorio de cómo nuestras decisiones de consumo no siempre tienen en cuenta las consecuencias a largo plazo. Las inundaciones, los incendios forestales y las sequías se vuelven más frecuentes, y nos enfrentamos a una realidad que no podemos ignorar más.
A lo largo de estos 51 años, he sido testigo de una transformación radical. El plástico, la tecnología y el cambio climático son tres facetas de la misma moneda. Los avances tecnológicos nos han dado herramientas para luchar contra la crisis climática, pero también nos han empujado a una mayor dependencia de recursos que han acelerado el calentamiento global. Sin embargo, no todo está perdido. Cada año, más personas se suman a la lucha por el medio ambiente. Más gobiernos, empresas y ciudadanos están tomando conciencia de lo que está en juego y actuando.
Así que, al mirar hacia el futuro, me pregunto cómo será el mundo dentro de otros 51 años. Las soluciones están al alcance de nuestra mano, pero depende de nosotros cómo las implementamos. Y aunque la tecnología siga avanzando, no podemos olvidar que debemos adaptarnos a ella de una manera que también respete nuestro planeta. Las próximas generaciones, las que aún están por nacer, heredarán un mundo que, si no tomamos acción ahora, podría estar irreversiblemente afectado. Por eso, en este día que marca medio siglo de vida, me comprometo a seguir siendo parte de este cambio, porque aunque el tiempo sigue su curso, aún podemos escribir una historia diferente.
Anitzel Díaz
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